domingo, 14 de noviembre de 2010

FEDERICO I: INTRIGANTE Y MACUCO

Federico Errázuriz Zañartú, gobernó el país desde 1871 hasta 1876. Casado con Eulogia Echaurren García-Huidobro, con la que acaparaba cuatro conspicuos apellidos y reunía nueve erres, más vascos, imposible. Ella sufrió por las actitudes zigzagueantes de su marido, de quien nunca se sabía si estaba con los conservadores o los liberales. Federico padre (a diferencia de su hijo homónimo presidente) fue un intrigante incorregible que nunca conoció la lealtad.

El presidente Domingo Santa María tampoco fue benévolo con su juicio: “El amigo de Federico Errázuriz Zañartú es su amigo hasta donde le conviene”. La iglesia, que lo tuvo como el presidente-feligrés porque estudio en el seminario, sufrió las veleidades cuando Errázuriz le hizo la desconocida y suprimió el fuero eclesiástico, diciendo que “todos los seres son iguales ante la ley… y ante Dios”.

En su trato, este Federico era desagradable, muy distinto a su hijo, el de los chistes. Se señalaba que en las revistas de la época que el presidente paseaba en Fiestas Patrias su rostro fiero y hosco. Doña Eulogia, católica de misa diaria, fue a llorarle al arzobispo Rafael Valentín Valdivieso, quien la consoló contándole que su marido era desde niño “cubiletero” (intrigante, maquinador) y “macuco”, echándose los principios por la espalda para no decir por la raja.

Misiá Eulogia, que tenía un gran sentido estético, hojeaba fascinada las revistas francesas que mostraban la transformación de Paris emprendida por el barón Haussmann, e insistió ante su marido que debía hacer algo por el embellecimiento de Santiago. Felizmente, éste, sea por aburrimiento o por galantería, se dejó llevar del consejo y nombró a Benjamín Vicuña Mackenna, que había permanecido años en Europa como desterrado político cuando le dio por hacer revoluciones liberales, aceptó complacido. Entre sus logros se cuenta la transformación del cerro Santa Lucía, que de peñón agreste se convirtió en un hermoso paseo. Además, la obra salió barata, pues Vicuña Mackenna hasta puso dinero de su bolsillo. Por poco él sucede a Errázuriz en La Moneda.

La administración Errázuriz Zañartú también se vio favorecida con un obsequio importante: la familia Cousiño regaló el parque de su nombre a la ciudad de Santiago, y que un populista alcalde de la época, a quien le faltaban números para el programa dieciochero, resolvió quitarle su nombre para dárselo a O´Higgins.

Hay quienes aseguran que doña Eulogia, de a poquito, llegó prácticamente a compartir el gobierno. Mientras su marido estaba preocupado de las peleas doctrinarias, ella se interesaba por el embellecimiento de Santiago. Se preocupó, por ejemplo, de que se terminaran los edificios de la Casa Central de la Universidad de Chile y el Congreso Nacional, a la vez que la Quinta Normal inaugurase en 1875 su palacio-exposición. También insistía a su marido para que el ferrocarril, que sólo corría hasta Curicó, llegara hasta Chillán extendiéndose luego hasta Concepción y Angol. En una carta desde su fundo, donde veraneaba, le escribía: “El mejor regalo que me puedes hacer para mi cumpleaños es que pudiera ir a visitar a mi prima Carmen en Chillán. Me dicen que los rieles ya están colocados hasta Linares”.

Si en política, Errázuriz fue bastante poco ético, eso no significaba que, en el doble discurso que caracteriza a la sociedad chilena, no se dictaran severas normas morales para el resto de los ciudadanos. Es así como el Código Penal de la República, promulgado por Errázuriz Zañartú en 1874, contemplaba duras sanciones para quienes cometerían acciones contrarias a las buenas costumbres. No explicaba cuáles eran éstas, pero se suponía que eran aquellas que rompieran la seriedad oficial. La de no tener, por ejemplo, aspecto de inglés, pues por algo éramos los “ingleses de Sudamérica”. Los padres reprimían la risa de sus hijos diciéndoles: “La risa abunda en la boca de los tontos”. Los muchachos de la época crecían con el temor a ser tontos.