martes, 12 de enero de 2010

PARA QUÉ TENGO ASESORES

Augusto Pinochet suele tomar en cuenta a sus asesores. Es un buen gusto para que ellos se sientan bien. Es cierto que cada vez que ha seguido sus consejos, le ha ido “como la mona”.

Como sucedió en marzo de 1980, cuando le programaron un viaje a Filipinas para demostrar que el general puede viajar a cualquier país. Cuando iba en vuelo, fue avisado que el dictador Ferdinand Marcos había cancelado su visita. Que lo hubiera hecho otro, pase. Pero que un tiranuelo como Marcos lo consideraba indeseable, eso no podía tolerarse en el circulo de Pinochet.

Para colmo, cuando aterrizo en Fijí, en escala técnica, los trabajadores se negaron a colocarle la escalerilla y a efectuarle la revisión técnica. El embajador, vicealmirante Ernesto Jobet, que estaba en tierra, tuvo que imponerse. Fue para peor, porque un equipo subió a fumigar la nave.

Por cierto que ahí mismo en el vuelo empezó a cortar cabezas: al canciller Hernán Cubillos, al embajador de Filipinas, almirante Charles Le May. Lucía Pinochet Hiriart anticipó las vacancias, diciéndole en voz alta a Sergio de Castro, a la sazón ministro de Hacienda: “Menos mal que mi padre tiene por lo menos a un ministro leal”.


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