viernes, 30 de octubre de 2009

CUIDADO CON EL PERRO

Durante la segunda presidencia de Arturo Alessandri Palma (1932-1938) llegó un ministro Plenipotenciario de Hungría. El diplomático venía de haberse acreditado en la Casa Rosada, ahora tenía su turno a La Moneda, para ir después al Perú y los demás países del continente.
Llegado el día y la hora de la ceremonia, se anuncia al diplomático junto al Jefe de Protocolo de la cancillería. El canciller Miguel Cruchaga junto a un grupo de asesores va reunirse con Don Arturo en su despacho, para esperar al representante húngaro en el Salón Rojo.

El Presidente los recibió y comenzó a protestar: “! Pero Miguel, hasta cuando con estas cosas ¡” ¡Ya vienen a quitarme el tiempo ¡ ¿No ven que no me dejan trabajar? Enojado se puso su chaqué y se encaminó al Salón Rojo. Detrás y a la siga de su amo partió Ulk, el perro danés y regalón del presidente, que una vez instalados todos en el lugar de la ceremonia, se acurrucó bajo un rayo de sol, bostezando sin disimulo.

Se abren las puertas del salón, entrando el Jefe de Protocolo anunciando al representante de Hungría. Ingresa un húsar de dos metros, deslumbrante, imponente, recién sacado en apariencia de la Corte Imperial. Pantalón de piel blanca embutido en botas granaderas, chaquetillas cerradas con alamares de oro, dolmán con vueltas de cebellina caído sobre el hombro y al lado con un plateado sable. Su brazo derecho sostenía un casco y la mano izquierda empuñaba el sobre con las credenciales.

Antes de avanzar taconeó y golpeando los espolines, hizo una de esas reverencias tan inimitablemente germánicas, repitiendo en el centro del salón y volvió a inclinarse al acercarse al mandatario. Al primer taconazo Ulk, había alzado el hocico; al segundo se irguió, al tercero, pensado seguramente que este gigante forrado en piel atacaría a su amo, se le fue encima de un salto, con todo el ímpetu de sus cincuenta kilos. Alessandri descolocado trataba de alejarlo gritándole: “! Perro de mierda…perro de mierda…!” “! Llamen al guardia ¡”. El jefe de protocolo en cuatro pies, buscaba en el piso el monóculo que había saltado lejos con la embestida del can. Don Arturo trataba de recoger el sobre con las credenciales.

Restablecida la calma, el diplomático bastante magullado y desarbolado, pudo entregar sus documentos, en la cual el León de Tarapacá pronuncio unas pocas palabras que el Canciller Cruchaga completó como Dios le dio a entender, dando término a la agitada ceremonia.

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